Etiquetas

martes, 5 de noviembre de 2019

MIS 40



Muy de vez en cuando me da por compartir por aquí cosas personales y pienso que las cuarenta castañas es una buena excusa para hacerlo. Sí, ya he llegado a los cuarenta, esa edad que cuando uno es niño se ve tan lejana que piensa que nunca los va a cumplir. Cuando somos adolescentes vemos a los cuarentones como señores, así que sí, ya soy un señor. La tentación de no serlo se evade de cuajo cuando un niño se dirige a mí en la calle: “Perdone, señor...”. Maldita sea. 

No me puedo quejar. No me debo quejar. He entrado en los cuarenta en un buen momento vital. Curro en lo que me gusta, tengo una familia inmejorable, buenos amigos con los que ir a la batalla con pistolas de agua y una hija que me ha cambiado completamente la vida. Paula es mi tesoro, mi gran amor. Estoy seguro que haga lo que haga en lo me queda de vida, no seré capaz de mejorar algo tan hermoso y verdadero como ella. 

Los que sois padres me entenderéis, pero estos pequeñajos atesoran la virtud de modificarlo todo. Mejoran días que han salido imperfectos, perfeccionan días que ya han sido cojonudos. Ella es la prioridad, ella lo es todo. Lo demás siempre puede esperar. Te despierta a golpes a las 7 de la mañana y te ríes. Te duchas con ella rodeados de juguetes y jabón y te ríes. Gatea hacia ti con cara de incontenible felicidad y te ríes. Llora desconsolada por cualquier nimiedad y te ríes. Los bebés son felicidad, alegría, inocencia, verdad. De lo poco 100% puro que le queda a nuestro día a día.


En estos cuarenta años me he equivocado muchas veces. Muchísimas. Y desde aquí pido perdón a alguno de vosotros que así lo sintáis cuando leáis estas líneas. En ocasiones me sorprendo torturado y agobiado cuando me doy cuenta de que en muchas situaciones ya no hay vuelta atrás. Que si algún día le jodí a alguien sin darme cuenta, eso ya no vuelve para corregirlo. Intento ser una buena persona todos los días, empatizar con los demás, ponerme en la piel y en la cabeza de los que comparten habitual, o esporádicamente, su vida conmigo. Y aunque me lleve hostias y decepciones, sigo pensando que siempre es mejor estar más cerca del bebé que del adulto. Que compensa que te la claven varias veces mucho más que equivocarte injustamente con una sola persona. En ese sentido valoro mucho la inocencia, algo que para mí sigue siendo una virtud. 

Hace algunas semanas me preocupé seriamente con mi voz. He tenido un problema en las cuerdas vocales y durante algunos días, cuando veía que aquello no arrancaba, llegué a pensar que quizá tendría que plantearme no volver a trabajar en mi gran pasión, la radio. Hemos pasado por el taller, seguimos en fase de recuperación, pero poco a poco estamos recuperando sensaciones. Ni una sola vez he pensado eso de por qué me ha tenido que pasar a mí, sino que me he centrado en acertar con la tecla adecuada y buscar soluciones. En ello andamos. Es un asunto que aún tiene bastante recorrido por delante y que ahora mismo polariza mi vida profesional. 

He cumplido ya veinte años en Onda Madrid. Media vida. Casi nada. Ni en mis mejores sueños. La radio me lo ha dado casi todo. Desde la mujer de mi vida hasta personas de esas que entran en tu corazón y ya no salen jamás. El 95% de lo vivido allí ha sido y es bueno, buenísimo, rematadamente bueno o bueno como la madre que lo parió. De lo otro también se aprende... y mucho. Por ejemplo, a tener muy claro lo que nunca me gustaría ser en la vida. También que hay gente mala, en toda la extensión de la palabra. Pero eso no es más que la vida misma. Y ni siquiera la maldad es eterna. Hay que convivir con ello y alejar lo tóxico. Hace veinte años, cuando entré por primera vez en el edificio de la radio, ni valoraba en mi fuero interno que pudiera existir gente así. Por eso os decía eso de bendita inocencia. 


Pues nada, amig@s. Que pienso vivir al menos 40 años más. Tengo muchísimas ganas de aprender, en mi trabajo y en la obra de teatro que se vive cada día por las calles y en los bares de las ciudades. Que me pone mucho más contento que alguien diga “ese tío era majo” a “un día cantó un buen triple o un buen gol”. Que adoro a mi madre y que recuerdo cada día a mi padre. Y que en esta vida que nos ha tocado vivir siempre hay que aspirar a ser (moderadamente) feliz.   

miércoles, 8 de mayo de 2019

ROCK'N ROLL


Siempre que veo a Jurgen Klopp pienso lo mismo: que es un tío con el que me gustaría irme de cañas. Los que lo conocen insisten en que en su vida privada es tal y como se muestra en su puesta en escena pública. De él me gusta todo: que vista en chandal y con el chubasquero del equipo. Que luzca una barba descuidada. Cómo exhibe el puño cuando celebra un gol. Esa sonrisa burlona cuando está en desacuerdo con una decisión arbitral. Y ese abrazo efusivo con sus soldados tras una gran función.


El carisma no se alquila ni se adquiere por Amazon. Se tiene o no se tiene. Y este entrenador alemán derrocha carisma por arrobas. Conecta tan bien con el público que podría vender desde un crecepelo hasta una colonia pasando por un seguro de vida o un viaje en globo. Le basta una sonrisa para camelarse al receptor más congelado del planeta. Como decíamos cuando éramos muchachos (supongo que ahora sonará a prehistoria) Jurgen mola mazo.

Bien, todo esto esta muy bien. De cine. Pero lo más importante es que Klopp es un pedazo de entrenador como la copa de un pino. Nacido en Stuttgart, desarrolló su carrera como futbolista en el Mainz (nuestro Maguncia). Manager de proyectos largos, estuvo ocho temporadas allí como entrenador, luego viajó a Dortmund para recorrer de amarillo otros ocho kilómetros y ahora contagia pasión red desde el año 2015. Su palmarés exhibe dos Bundesligas, una Copa alemana y dos Supercopas germanas. Algunos lo tildan de perdedor, algo que resulta hilarante. ¿Perdedor? Jajaja.


El jefazo teutón acaba de meter a su equipo en la tercera final de Champions. Súmenle otra de Europa League. Aún no ha ganado ninguna. ¿Y? Siempre ha mejorado a sus equipos, siempre ha dejado en la cuneta a enemigos mejores. Y lo más importante: siempre ha impregnado a sus escuadras de un estilo propio. Estilo que se podría desarrollar en varios artículos, pero que a mi juicio se resume en una palabra que en la vida siempre suma. Valentía. Ir, ir e ir. Y volver a ir. E ir otra vez. Y otra. Y otra más. Siempre. "Klopo" es una bendición para el fútbol.

Circula por Internet un vídeo en el que Jurgen entra en un pub y, pinta de cerveza en mano, termina cantando canciones del Liverpool junto a los hinchas reds. Transmite una naturalidad poco habitual en el fútbol profesional. Puro rock’n roll. Agitar la guitarra eléctrica mientras el flequillo enloquece. Aporrear la batería mientras tu gente corea con emoción el estribillo más hermoso del mundo. Interiorizar y exteriorizar la pasión de un hincha. Vivir como un scouser más. Comprometerse. En el fútbol, en la política y en la vida. Klopp es un crack. Me da igual que pierda la Premier por un soplido, con una sola derrota y sumando 97 puntos. Le espera el Metropolitano. Y si no levanta la copa, irá a por la siguiente. Siempre abrazado al rock’n roll.

jueves, 2 de mayo de 2019

Y SI...


El descenso a Segunda está prácticamente consumado. La salvación se ubica a seis puntos, con otro equipo entre medias que saca cuatro, y otro por detrás echando el aliento en el cogote. Quedan solamente tres partidos, dos de ellos fuera de casa, donde el equipo no gana un partido desde el mes de enero. Hinchas y periodistas sacaron la calculadora el pasado fin de semana para ver qué cuentas descendían matemáticamente a la franja roja con aún tres fechas por delante. Y encima el Girona le gana al Sevilla. Y con Raúl de Tomás fuera dos partidos seguidos. Y con Javi Guerra, casi rescindido en el último minuto del último día de mercado, como único delantero disponible en la convocatoria.

Y va el Rayo y le gana al Madrid. Dos décadas después, en el momento más agónico de los últimos tiempos. Con dos pelotas… de fútbol. Venga, a comprar pilas, que la calculadora echa humo. O mejor, a comprar otra nueva, que esta ya está delirando después de tanto trajín. Juro por los dioses del balompié que el domingo a última hora Vallekanfield volvió a entrar en ebullición. No es que la gente piense que el Rayo se vaya a salvar, sino simplemente está orgullosa de reconocer a su equipo, ese que se deja todo lo que tiene al margen del resultado final. Veladas como la del otro día atestiguan que la afición del Rayo es muy fácil. Un imperceptible guiño de ojo les sirve para convertirlo en la conexión más profunda del mundo. Son un tesoro. Y la presidencia los está perdiendo.



Bueno, regresemos al planeta Tierra. Es rematadamente imposible que el Rayo se salve. Un amigo muy pirao dice que bajará el sábado en Orriols con un gol de Coke Andújar en el minuto 96. El destino es así de cabrón. Incluso la ciencia ficción de sumar los últimos 12 puntos de la Liga de una tacada no garantizaría la anhelada salvación. El Levante también se la juega y va a reventar su campo, con 353 irreductibles vallecanos que cogerán la A3 con la certeza de que cuando acabe la excursión solo existirán dos escenarios posibles: o la ilusión o el funeral. Creo que no hay nada más duro para un hincha que asistir al descenso de su equipo.

Nada, es cuestión de tiempo. Pero y si… Que no, que son castillos en el aire. Ya, pero quizás… ¡Mira la clasificación, demonios! La he mirado muchas veces, demasiadas. Tienes razón. Pero como por algún acontecimiento paranormal, milagroso e imposible el Rayo se quede este año en Primera División, lo del día del Tamudazo quedará en anécdota. Vallecas implosiona.

Posdata. A veces uno tiene que hacer cuatro triples mortales y siete tirabuzones para estar donde desea. Busca combinaciones imposibles y complicidades especiales para al menos saborear una pequeña dosis del Rayito ligado a su profesión. Hay días que uno siente y sabe que tiene que estar. Sí, estaremos el sábado en el Ciudad de Valencia.

miércoles, 4 de octubre de 2017

BANDERAS, PERSONAS Y RELATOS


Desgraciadamente para la tranquilidad de los seres humanos, hoy en día los grupos de whatsapp son un termómetro, no sé si demasiado fiable, para al menos escenificar lo cotidiano. Durante las últimas horas he recibido muchos mensajes en esos chats en los que a veces uno ya ni sabe quién o quiénes están. De esos mensajes, dos han llamado poderosamente mi atención. Uno defendía la necesidad de volver al franquismo, que "además según cuentan no se vivía tan mal". Otro dejaba claro, sin matiz alguno, que todos los policías nacionales son unos hijos de puta.

Posiblemente estos pensamientos sean minoría en España. Pero existen. Y votan, por supuesto. Y su voto vale lo mismo que el tuyo o el mío. Como existen personajes como Rafael Hernando o Gabriel Rufián, políticos que no saben orar sin provocar y que jamás abandonan su polo, situado siempre en el extremo. Como existen en 2017 niñatos menores de edad, acompañados de adultos, que cantan el "Cara el sol" con la mano derecha alzada en plena vía pública. Como existen padres que son capaces de llevar a su nene a hombros en medio de una batalla, quizá porque piensen que el independentismo merece que un niño haga de escudo.




En esta vida el relato de los hechos siempre puede ser tartufo. Impostor en el sentido de elegir solo las piezas que encajan en el puzzle que nosotros queremos ver, o vender, o sentir, o defender. Una manipulación que se ha agudizado con las redes sociales, ideales también para la veneración de la mentira y la propaganda. Estoy cansado de ver tuits y retuits unidireccionales durante estos días. Personas sin un solo gris que obvian lo que no les interesa y exageran lo que casa con sus ideas. Es acojonante la seguridad que desprenden estos seres humanos. Da miedo que tengan todo tan claro, que no duden, que no puedan cambiar de opinión. Muy parecidos a esos políticos que imponen su "no se vota ni se votará por mis cojones" o amenazan con un "ojo al que no entre en esta batalla contra el Estado español porque Roma no paga traidores".

Yo me siento español. Y elijo el camino que considero más adecuado para canalizar ese sentimiento, que por cierto no tiene por qué ser el mismo que hace 20 años. Pero por delante de cualquier bandera están las personas, algo que creo me ha ayudado a entender el privilegio de haber viajado a muchos lugares diferentes del planeta. Quién coño soy yo para rebatir a un catalán que no se sienta español. Y quién coño soy yo para intimidar a un catalán que luzca con orgullo una enseña nacional. Que un sector de las fuerzas de seguridad se haya excedido hasta el punto de arrastrar por el suelo a gente indefensa no es motivo para escupir insultos contra un colectivo, entre otras cosas porque ahí dentro habrá gente que este jodida con lo que sucedió el pasado domingo. Que un hotel de Calella eche a la Guardia Civil o un grupo de delincuentes lance vallas contra una lechera no significa que los ciudadanos de Cataluña sean violentos.

Hoy mismo ha habido peleas en las calles de Barcelona entre, disculpad por la simpleza de los términos, indepedentistas y nacionalistas españoles. ¿Quién ha tenido la culpa? Depende de si preguntas a un miembro de la CUP o a la vicepresidenta del Gobierno. Depende de lo que tengas metido en tus grupos de whatsapp. Depende más de lo que uno quiera ver o defender que de la misma realidad, como casi todo en esta vida repleta de extremismos y de colores oscuros.




Hay que dialogar. Hay que hacer política. Hay que hablar con la gente. Hay que leer. Hay que preguntar. No obviemos que en Cataluña existe un sentimiento de pertenencia excepcional y tampoco que los cambios hay que canalizarlos en el Parlamento y a través de las leyes. No todo lo legal es lícito, ni todo lo lícito legal, pero no puede haber barra libre para defender las ideas o los deseos de cada uno. Los fanatismos, aquí, allí y más allá, son lo más peligroso del mundo. Dan miedo, provocan terror, sacan lo peor de los seres humanos. Abrazarse al conflicto es lo más fácil. Conducen al delirio, como convertir a Arnaldo Otegi en un hombre de paz que se hace fotos con cientos de ciudadanos como si fuera una estrella de rock.

Queridos lectores. Perdonad mi atrevimiento de escribir sobre este asunto que, como a muchos de vosotros, me duele. Y no olvidéis la enorme cantidad de políticos infames e interesados que viven de esta mierda que, por cierto, en muchos casos les permite esconder hechos mucho más graves debajo de la alfombra de la corrupción. En Cataluña y en España. Respetemos a los que no piensan como nosotros. No acosemos al que piensa diferente. No impongamos. Hablemos. Dialoguemos. Rebajemos el tono. Y sobre todo, tratemos de detener y combatir esta fractura social que es nociva hasta consecuencias incalculables.









viernes, 3 de febrero de 2017

ZOZULYA Y LA AFICIÓN DEL RAYO VALLECANO


    Yo no sé si Zozulya es nazi. No conozco qué sentimientos tiene cuando ve un documental de Hitler o charla con sus amigos sobre blancos, negros, judíos o rusos. Lo que sí sé es que Zozulya, consciente y públicamente, se ha posicionado a favor de colectivos que exhiben simbología nazi, como son el batallón Azov o el grupo ultra del Dnipro, White Boys, formaciones con líderes claramente embarcados en la extrema derecha. Esto son evidencias, ahí están las fotografías para documentar esta realidad. Es una evidencia, sin más.
     Como también es evidente que Ucrania está en guerra y que muy poca gente en España conoce el verdadero contexto de un conflicto que alimenta irremisiblemente el ultranacionalismo. Para muchos civiles ucranianos los soldados son héroes porque consideran que evitan la invasión rusa. Quizá por eso numerosas celebridades ucranias, entre ellos Zozulya, activan rifas y ayudas para combatientes heridos o familias de caídos en combate. Queramos entenderlo o no, en un país en guerra una foto posando con un arma embutido en una casaca militar no tiene la misma connotación que en España.



    El que escribe y la inmensa mayoría de los que estáis leyendo este texto no hemos vivido una guerra. Es muy enriquecedor hablar con personas que están en Ucrania y que te ofrecen una visión más profunda de lo que ocurre allí. Como bien enseña la Historia, la propaganda también es un fusil dañino porque dispara falsedades, estigmas y clichés que acaban convirtiéndose en apellidos. Insisto: no sé si Zozulya es neonazi, pero sí que se ha abrazado públicamente a grupos que escenifican abiertamente esa simbología.
    Los asuntos trascendentes retratan al periodismo actual. El asqueroso amarillismo, el obsesivo click, la compulsiva búsqueda de mierda banal y los vídeos con más música de suspense que información veraz se adueñan de una historia que en lo puramente periodístico resulta fascinante. Sobre el asunto Zozulya se leen, escuchan y ven auténticos disparates. Es curioso cómo los contertulios hablan de nazis, rayistas y futbolistas como hablarían de expulsiones, derbis y árbitros. Gente que no se ha arrimado a Vallecas ni para tomar un café, exige con su tono y talante que lo que sale por su boca sea considerado palabra de Dios. Se falta a la verdad sin rubor y se miente sin sonrojo. Y creedme que no es lo mismo una cosa que la otra.



      La inmensa mayoría de los hinchas del Rayo Vallecano no desean que Zozulya vista la franja. Y la inmensa mayoría de los hinchas del Rayo Vallecano lo ha expresado con argumentos y con respeto. Y muchos de ellos, a los cuales tengo el enorme privilegio de conocer y empaparme de sus enseñanzas, están infinitamente más formados que la inmensa mayoría de los periodistas. Bukaneros es Bukaneros y la afición del Rayo es la afición del Rayo. Para hablar de esto hay que conocerlo, por eso duele la cantidad de opiniones gratuitas y hasta irrespetuosas que se han vertido en las últimas horas. Dos tipos que insultan a Zozulya, que intentan amedrentar con métodos mafiosos no representan a la masa social del Rayo. A Bukaneros, como les he trasmitido muchas veces a algunos de ellos, les falla la puesta en escena. Pero la única verdad es que contra el fichaje de  Zozulya se han posicionado cientos de peñistas y aficionados del Rayo. Y lo han hecho con máximo respeto. Aunque eso no venda.
      Para la mayoría de ellos realmente no es una cuestión de izquierdas o derechas. Ni de política. Es una cuestión de valores. No quieren que alguien que ellos consideran filonazi juegue en su equipo. Y así lo expresan. Como estoy seguro que harían con un lateral maltratador de mujeres, un defensa que presumiera de racista o un mediocentro xenófobo. Son cuestiones mucho más trascendentes que una afiliación política. Decir que Raúl Martín Presa se pliega a sus ultras o a sus socios es una barbaridad, porque si algo ha demostrado su gestión es precisamente todo lo contrario. Presa tiene un defecto básico: no escucha. Y esta vez tampoco ha escuchado a aquellos que, desde dentro del club, le advirtieron de las consecuencias del fichaje de Zozulya.

     

lunes, 17 de octubre de 2016

HISTORIAS DE ABUELOS




     Cecilia se baja del autobús a las 5.42 pm. La misma hora de cada día, minuto arriba, minuto abajo. Depende de la puntualidad del 54, que en verano, cuando el sol calienta hasta las paredes del alma, se hace mucho de rogar. Se pasa un momento por el chino, compra las chocolatinas que le gustan a su madre (en realidad en cuestión de dulces no hay nada que no le guste), baja los 70 metros que le separan de la puerta gris metálico, llama al timbre y entra. En ese momento comienzan las múltiples historias de abuelos.
     La rutina contagia complicidades. Como el saludo diario con el recepcionista, que siempre recibe a Cecilia con su nombre de pila aunque ella nunca le haya preguntado el suyo. Es un tipo majísimo, tanto que el día que no está, lo echa de menos.
     “Hola, Carmen. Hace días que no veo a Pablo y su mujer, ¿cómo están?”.
     “Pablo murió anoche”.
     Pablo estaba estupendo la semana anterior, siempre cariñoso con su peinado a lo Anasagasti. Desde su sillón (era suyo porque siempre se acomodaba en el mismo), junto a su mujer, postrada en una silla de ruedas, controlaba el tráfico de todos los humanos que accedían al edificio. Pablo ya no está. Impacta de primeras, pero al rato la muerte también se convierte en algo rutinario para compañeros, empleados y familiares de los residentes.
     Cecilia llama al ascensor. El de la izquierda, siempre el de la izquierda, que es el que nunca se estropea. Esta vez sube junto a Marisa, una mujer enjuta y consumida por los sinsabores de una vida que no merece. Con 83 años y toneladas de sufrimiento en la mochila, Marisa cumple escrupulosamente sus turnos de amor: llega a las 10, se va a las 13.30 horas. Vuelve a las 17, abandona el recinto pasadas las 20 horas. Así cada día desde hace una década. Su marido apenas habla y rara vez la reconoce. Pero los enfermos de Alzheimer sienten mucho. Las palabras, las caricias, los besos. Marisa lleva ya más de un mes entre la enfermería de dentro y el hospital de fuera. “Estoy un poco cansada”, reconoce cuando la única realidad es que ya no se tiene en pie. Por eso le da las gracias una y mil veces a ese joven muchacho que de vez en cuando le acerca en coche hasta la puerta de su hogar. Si realmente vamos a algún lado cuando nuestro corazón deja de latir, Marisa merece el sofá más cómodo del cielo.
     “No he comido”.
     “Pero… ¿cómo que no has comido, mamá?”
     “Te lo juro. No he comido”.
     María ha comido hace 5 minutos. Sirven una comida muy rica. Y también cenan, claro. Y desayunan y meriendan. Descafeinados para todos y depende del día, magdalenas o galletas ricas. ¡Ah! Y zumos a las 11 y a las 18 horas. Los hay de muchos sabores: piña, melocotón, manzana, naranja y multifrutas, el favorito de María. Cómo lo goza cuando su hija lo acompaña con esas chocolatinas redondas que cada día están más ricas. “No podemos arriesgar mucho con el azúcar, pero es que lo disfruta tanto…” Claro que sí, qué menos que activar una pequeña dosis de dulzura en el desgastado cuerpo de nuestros mayores.
     “¿Cómo está la pequeña?”
     “¿Qué pequeña, mamá?”
     “Tu hija”.
     “Yo sólo tengo un hijo, tu nieto Pedro, que viene mucho a verte”.
      “Ah”.
 
 
 
 
      Diez minutos después se repite la misma conversación. Y veinte. Y cuarenta. Y un día. Y otro. Cecilia y el resto de parientes y amigos que visitan a los abuelos ríen y lloran a la vez. Así son los males de la mente, que provocan situaciones desternillantes al mismo tiempo que te parten el corazón en mil pedazos. A Paquita se le iluminan los ojos cuando su madre le contesta con un monosílabo. Antonio se emociona cuando su mujer le sonríe durante 10 segundos. Maite canta una copla cuando su hermano por fin se deja afeitar. Y Charo comparte su alegría en voz alta cuando Tomás consigue tragar la gelatina, un ejercicio aparentemente simple que la mayoría de las veces se convierte en una lucha con final infeliz. Todos ellos han formado una pequeña familia que en ocasiones desemboca incluso en profundas amistades. Preguntan unos por otros, se preocupan unos por otros, sufren unos por otros, se cubren unos a otros, ayudan unos a otros. Hasta celebran los cumpleaños al calor de unos pasteles y unos chocolates líquidos extraídos de las máquinas de la segunda planta. Charlan y ríen con los lloros y los gritos como sintonía interminable de un lugar propenso a las paradojas.  
     “Hay que pelar las patatas para la cena”.
     “Tu tranquila, que las pelo yo”.
     “Las ponemos con judías verdes”.
      “Estupendo”.
      “¿Come hoy el niño con nosotros?”
      “Hoy no puede, está trabajando. Pero te manda muchos besos, mamá”.
     No hay patatas, ni judías. Ya no está ninguno de los familiares por los que pregunta María. Unos que a veces son hermanos, otras, hijos y otras… nada. Ella al menos tiene la suerte de recordarlos. Hay abuelos en el módulo que llevan años sin recibir la visita de un ser querido. Echan de menos besos y caricias. Aunque a menudo su cabeza está lejos de allí, necesitan y sienten esos besos y caricias. Emociona asistir al enorme cariño con el que la mayoría de los auxiliares tratan a los ancianos. Ellos y ellas (mayoría de mujeres), como los enfermeros y enfermeras (mayoría de mujeres también) trabajan muchas veces en condiciones lejanas a la idoneidad. Qué hermosa fue la despedida de Luz, que se jubiló hace menos de un mes tras toda una vida dedicada a las sonrisas. El sonoro aplauso de los compañeros, jefes, abuelos y familiares fue un pequeñísimo reconocimiento a su impagable labor durante varias décadas. La mayoría de los residentes son muy dependientes. Casos como el de Mari Cruz, que a sus 101 años se vale por sí sola, hasta el punto de dar varios paseos al día, son excepcionales.  
 
 
 
 
     Maldigo a los que han robado el dinero destinado a causas sociales. Los aborrezco. Me dan asco. Y admiro a todos los que cruzáis la puerta gris metálico cada día. Detrás se esconden mil historias. La vida es contradictoria. Hay abuelos que reciben más de lo que han ofrecido, otros que reciben mucho menos de lo que han regalado… y algunos que desgraciadamente no reciben nada porque ahora ya son una pesada mochila con la que nadie quiere cargar.
      Marta se acerca a María y le dice al oído:
      “María, acuérdate, que me has prometido que un sábado de estos salimos las dos a bailar”.
       María llora de la risa y cuando Marta se va, dice:
        “Esta chica está loca”.
        Marta, una voluntaria que cada martes toca la guitarra, juega y abraza a los abuelos, volverá dentro de una semana para invitar una vez más a María a un baile. Sí, está loca. Rematadamente loca. Bendita locura. El mundo necesita muchos locos como estos.